El Constitucional aplicando la
teoría del Uróboros
Recientemente, leímos en El País un encabezado que interrumpió la masticación
de nuestro desayuno: El Constitucional se declara culpable.
Repuesto del fugaz shock,
constatamos que el Constitucional, por primera vez en su historia, y tras nueve
años de reflexión, se había confesado culpable de dilaciones indebidas y de
haber funcionado anormalmente en la tramitación de un recurso de amparo. Si
Marx, Groucho Marx, dijo que la política es el arte de buscar problemas,
encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios
equivocados, Goethe distiende el mea culpa, cuando propone que
el único que no se equivoca es el que nunca hace nada.
Por tanto, el comportamiento
del Constitucional nos deja un buen sabor inicial, casi mitológico, y la
primera figura que se desliza hacia nosotros es el Uróboros, aquél bicho que
engulle su propia cola. No vemos, sin embargo, en el horizonte cercano que
algún tribunal supremo o corte constitucional emplee a esta criatura como
emblema institucional (aunque en la entrada del Consejo Constitucional francés
hay una simpática esfinge).
“Me da pena lo que gano”, “me
multo por impuntual”
Si a nivel organizacional opera el mea
culpa, ¿qué ocurre entre los individuos, particularmente entre
aquellos que imparten justicia? Tras una somera pesquisa, ubicamos el caso del
Presidente del Tribunal de Apelaciones de Managua, Humberto Solís Barker, quien
en 2006 rechazó un aumento de sueldo porque
le daba pena lo que gana. El magistrado añadió que no aceptaría el
aumento “ni como bono” y que el incremento salarial debió ser para los que
ganan menos y no para los altos funcionarios que tienen un salario digno.
Pero si rechazar un beneficio no es algo muy visto en
estos tiempos, más extraña aun es la autoflagelación entre los impartidores de
justicia. Así, el New York
Times, en su edición del 21 de diciembre de 1883
da cuenta de un juez que se impuso a sí mismo una multa de 10 dólares por
llegar con media hora de retraso a la reanudación de una audiencia. El rotativo
calificó esta conducta como un ejemplo de la imparcialidad de la administración
de justicia.
Finales de los 80 y principios de los 90 fueron, al menos
en Estados Unidos, años
dorados para quienes están interesados en el estudio de las
autoflagelaciones de jueces morosos.
En 1987, un juez de Pensacola se impuso una multa de 50 dólares por llegar
media hora tarde a la audiencia que el presidiría. Atribuyó su demora a una consulta médica. Ese mismo año, el Juez Long, de
Carolina del Sur, tuvo que decantarse entre mandarse a prisión o imponerse una
multa por llegar 15 minutos tarde a una audiencia. No le costó mucho esfuerzo
optar por aplicarse el harakiri
financiero de un dólar.
En 1991, un juez de Alaska
se impuso una multa estratosférica (250 dólares), por tardarse más de 120 días
en programar una audiencia. El juez McMahon dijo que la enorme carga de
trabajo, el no contar con secretaria y tener que pasar a máquina el mismo sus
resoluciones no debieran ser excusas para una justicia pronta. No era, por
cierto, la primera ocasión se multaba a sí mismo este juez del gélido Estado.
Eran recurrentes sus multas de 25 dólares por llegar tarde a las audiencias. Coincidimos con Lou Reed: It’s so cold in Alaska.
“Me multo por haberte dejado
plantado”, “me multo por ruidoso”
En 1992, un Juez de Mississippi se aplicó una multa de
100 dólares por haber dejado plantadas a las partes en una audiencia que él
presidiría. Prefirió irse a pescar. Otro juez que dejó totalmente plantadas a las partes en Long Island se
impuso una multa 150 dólares. El juez Michael Santo, sin mayor preámbulo,
reconoció que la audiencia se le olvido.
En 2001, un Juez de Tennessee se multó con 10 dólares por
haber sonado su teléfono celular en plena audiencia (eso es nada, si lo comparamos con el
impacto emocional que a principios de 2012 sufrieron los asistentes a un
concierto de la Filarmónica de Nueva York, que en medio del Adagio de la Novena
Sinfonía de Mahler escucharon el interminable ringtone de la marimba proveniente del iPhone de un cretino).
¿Y al Sur del Río Bravo?
Alentadoramente, encontramos ejemplos de jueces
dispuestos a reparar sus gazapos, aunque tenga que caminarse hasta Chubut,
Argentina, donde vive “El
magistrado que se multó a sí mismo”.
Es la historia del magistrado Gustavo Antoun que, con el
fin de asumir y enmendar un error procesal en una causa instruida por él en
contra del Estado, declaró la nulidad de lo actuado y se impuso el pago de 7
mil pesos argentinos por las costas del proceso.
Al ser entrevistado por La Nación dijo: “(Me doy cuenta del error)cuando
recibo la respuesta de la demanda por parte de la abogada del Estado
provincial. En la contestación me hace ver allí mi equivocación, en términos
muy pulcros. Y por esto tomo la decisión de hacerme cargo del error cometido.
No se debe persistir en un error. Dos errores no construyen una verdad. Hay que
hacerse cargo de las equivocaciones y seguir adelante“.
¿Menos por menos da más? En
Chubut, no.
Fuente:
Alejandro Anaya Huertas.
Licenciado en Derecho (UNAM); maestro y candidato a doctor en Administración
Pública (INAP).
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