viernes, 6 de febrero de 2015

La decadencia de nuestra Constitución (y de nuestras calles)

Hoy, más que conmemorar un aniversario más de nuestra Constitución, es el momento adecuado para convocar a una profunda reflexión social sobre el valor que representa ésta como centro de gravedad de nuestra vida en comunidad. Máxime cuando tenemos legisladores que se preocupan más por la emisión de normas, que por generar incentivos para el cumplimiento de éstas.

¿En qué estado de salud se encuentra nuestra Constitución hoy que cumple 98 años? No tenemos que ser abogados, politólogos ni sociólogos para identificar la grave decadencia que ésta atraviesa, sino que sólo basta con recorrer nuestras calles, e identificar factores en común que evidencian que nuestras vías de convivencia social y tránsito enfrentan padecimientos semejantes.
  1. Espectaculares. Uno de los factores mediante los cuales nuestros políticos legitiman su existencia es impulsando reformas a la Constitución y construyendo vialidades. Basta ver espectaculares que anuncian por doquier “logros políticos”, en la que se dan detalles cuantitativos sobre el número de reformas que impulsaron o la cantidad de kilómetros que construyeron, pero omiten definir cómo estas cifras inciden en nuestra calidad de vida individual y en comunidad. Nuestros constitucionalistas se preocupan más por la emisión de normas, que por generar incentivos para el cumplimiento de éstas. Por su parte, en las calles predominan muy deficientes y contradictorias señalizaciones que nos confunden y complican llegar de manera adecuada a nuestro destino, dificultan el cumplimiento de las reglas de tránsito y propician discrecionalidad en el actuar de las policías.
  2. Cuidado obras: personas trabajando. ¿Qué pasa cuando tenemos un problema de convivencia política o aparecen baches en nuestras calles? Como ciudadanos, cada vez nos da mayor desconfianza denunciarlo. En el caso de la Constitución nuestros políticos se encargan de construir un ambiente de polarización, para producir reformas constitucionales que se distinguen por su complejidad en el entendimiento y cumplimiento, propiciando discrecionalidad en las autoridades. En el segundo tema, llamar a la delegación a que tape el bache da pauta a un trabajo deficiente y en donde alguna vez hubo un hoyo, ahora quedan enormes bultos igualmente dañinos. Estas “reparacioncitas” al “ahí se va” parecen nunca terminar. Claro que una Constitución y las calles son dinámicas, pero esto no justifica que la primera tenga cerca de 580 reformas desde su existencia, y que nuestras calles parezcan campos minados de tantos llenados de baches.
  3. Los franeleros. En realidad, nuestra vida democrática es muy reciente. A lo largo de la historia, con o sin Constitución, hemos oscilado entre el autoritarismo y el caos. De ahí que tengamos un gen que nos predispone a que nuestra sana convivencia dependa de la tutela de una autoridad, desde el amable gestor de programas sociales, hasta el policía de crucero o el gendarme, de donde nos conformamos con la presencia de franeleros. En este contexto, el diseño de las normas Constitucionales fomenta la proliferación de franeleros políticos, económicos y sociales, mediante la concesión a autoridades de tramos de control innecesarios que solo sirven para fortalecer burocracias, en detrimento de libertades y responsabilidades cívicas. Lo mismo pasa en las calles, en donde tenemos la falsa percepción de que la seguridad y el orden están intrínsecamente correlacionados con el número de policías. De ahí, que existan actores que suplantan esa imagen de seguridad, como es el caso del franelero.
  4. Se ponchan llantas gratis. A pesar de que la Constitución cada vez se sofistica más, en los hechos, hacer justicia es en extremo complejo, desde la justicia cotidiana tan debatida recientemente, hasta el acudir a juzgados y tribunales. En todos los casos, el ciudadano se enfrenta a trámites confusos que son caldo de cultivo para una galopante corrupción. De ahí que no es extraño ver cómo, por un lado, la Constitución se aleja de ser el marco institucional en torno al cual se resuelven los conflictos jurídicos o sociales, y veamos a personas desesperadas que buscan hacerse justicia y defenderse por su propia mano, desde linchamientos a presuntos delincuentes, hasta la creación de autodefensas. Pero por el otro lado, la Constitución también resulta ser el centro del conflicto, como ocurre con una mal diseñada reforma educativa que ha propiciado que miles de maestros en varias partes del país se manifiesten, tomen carreteras o hagan plantones, no por estar en contra de una política pública o un secretario, ¡sino para exigir que a ellos no se les aplique la misma Constitución! Lo mismo pasa en las calles, en donde la cultura cívica está ausente, los conductores violentan el reglamento de tránsito frente a policías que solo buscan pasar desapercibidos, y donde la gente prefiere estacionarse en lugares reservados para personas con discapacidad, pero no se la juega contra quien amenaza a hacer justicia con propia mano y anuncia: se ponchan llantas gratis.
  5. El peatón primero. Nuestra vida constitucional tuvo un efectivo cambio de paradigma con la reforma en materia de derechos humanos de 2011. Es una reforma que pone el ejercicio de los derechos y libertades fundamentales de las personas en el centro de la vida política, social y económica de nuestro país. Este gran avance normativo se nulifica ante la tragedia de Iguala, que es la peor crisis en la materia que vivimos, así como ante los casos que vemos diariamente, en donde la élite política parece estar por encima de los ciudadanos al gozar de privilegios, beneficios indebidos e impunidad. También en nuestras calles prevalece una realidad en la que el peatón está a un nivel inferior, no sólo de conductores de autos, sino incluso de quienes están encargados de proveer el servicio público de transporte, como colectivos y taxis, que son los primeros en violentar las normas de tránsito impunemente, no respetar los semáforos, ni pasos peatonales.
Estas comparaciones evidencian que algo está mal. No es un problema superficial, sino estructural. Por eso, hoy más que conmemorar un aniversario más de nuestra Constitución es el momento adecuado para convocar a una profunda reflexión social sobre el valor que representa ésta como centro de gravedad de nuestra vida en comunidad. De ahí que rumbo al centenario de la Constitución de 1917 debemos propiciar un doble debate.
En primer lugar, identificar qué constituye efectivamente el núcleo de nuestro Pacto Social. Es momento de debatir cuáles son los pocos elementos que unen a una sociedad mexicana tan desigual y dividida, para que podamos trabajar en fortalecerlos. Estas discusiones deben darse en los ámbitos social, empresarial, académico y cívico, no en el político-partidario, pues es responsable del grave deterioro de desconfianza social que vivimos. Una vez que encontremos el núcleo de nuestra comunidad, darle un sentido institucional, mediante el debate de una nueva Constitución. En esta etapa debemos dirigirnos a un modelo minimalista y simplificado, que permita un cumplimiento y observancia generalizados, y que nos quite lastres y pesos burocráticos y políticos que solo limitan el ejercicio de nuestras libertades.
Tenemos que convocar a un nuevo constituyente, que retome el espíritu básico de lo que es una Norma Fundamental: que potencie la capacidad de ejercer nuestros derechos y libertades fundamentales, y que defina claramente los límites de actuación de los gobernantes. Que la Constitución deje de ser el cajón de sastre donde políticos colocan sus programas y agendas de gobierno, y que adquiera el verdadero sentido de una norma jurídica.
Por: Bernardo Altamirano Rodríguez (@beraltamirano)


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