martes, 17 de marzo de 2015

Un Embajador en la Corte


Eduardo Medina Mora llega en calidad de Embajador a la Corte, no de ministro.

La duda de su embajada es doble: cuál es su pliego de instrucciones y quién se lo integró. Justifican la suspicacia tres razones: su nombramiento no satisface los requisitos legales; sus méritos no acreditan conocimiento, experiencia ni compromiso en la tarea de impartir justicia; y su trayectoria no garantiza a plenitud independencia de criterio.

Nada en lo personal con Eduardo Medina Mora. Todo con el aferramiento por imponerlo, sobre todo, a partir de la transa priista-panista que lo condecoró con una distinción inmerecida.

Oscuro el carácter de la nueva representación del Embajador, diáfana la manifiesta inserción de intereses corporativos, extranjeros y políticos, así como la incorporación de la subcultura de las cuotas partidistas ahí, en el último reducto donde la ciudadanía deposita su confianza en un Estado, en la justicia.

Se ha infectado al Poder Judicial con la crisis que arrastra a los poderes Ejecutivo y Legislativo, así como a los órganos autónomos e independientes y, desde luego, a los tres principales partidos. Cómo manifestar conciencia de la crisis de credibilidad y confianza en las instituciones y, acto seguido, enviar a un Embajador sin cartas credenciales a la Corte de Justicia.

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En la complicada circunstancia del jefe del Ejecutivo, resulta incomprensible el empeño puesto en enviar a un Embajador al pleno de ministros.

Si se trataba de colocar a un hombre del Ejecutivo en un Poder distinto al suyo, el Judicial en este caso, impresiona la persona y la costosa operación escogidas. Con más de un candidato y con mejores méritos contaba el Mandatario. ¿Por qué, entonces, postular a un Embajador con manchas en la procuración de justicia?

Sin explicación del hecho, es obligado mirar el asunto desde dos planos distintos, pero no incompatibles.

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Uno. En complicidad con el panismo y pese a la evidencia en sentido contrario, el Ejecutivo quería señalar que su poder domina sobre el resto y que, en tal ilusión e impermeable a la crítica, puede decidir sólo quiénes deben formar parte de su grupo en el poder.

En ese plano y pese al incumplimiento de los requisitos formales e informales que exige el cargo, Eduardo Medina Mora resultaba idóneo. Entrañable y leal amigo del Mandatario; padrino laboral del consejero jurídico presidencial, Humberto Castillejos; gozne de la principal televisora; hombre cercano a las agencias policiales estadounidenses; cuadro bipartidista obediente en su conducta... el Embajador llenaba los zapatos del ministro requerido, ahora que la política se judicializa. Y, además, constituye una garantía en el futuro que el presente depara al Gobierno.

Su integración al pleno de ministros junto con el próximo enviado tricolor, el Senador con licencia Raúl Cervantes, aun canjeando un asiento con el panismo en ese órgano, da al Ejecutivo y su partido una clara mayoría de seis votos en la Corte, confina al panismo a contar con tres votos, obliga al ambivalente a definirse y neutraliza al independiente.

Lejos de la intención fortalecer la independencia y la autonomía del Poder Judicial, cerca el propósito de someterla.

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Dos. Si se analiza al Embajador en la Corte desde el plano de su desempeño en los Gobiernos panistas y priista, el asunto resulta aún más inquietante.

A Medina Mora se le vincula con la DEA y el FBI -carga con la responsabilidad del desmantelamiento del servicio nacional de inteligencia o, al menos, con la de no haberlo rediseñado- así como con los aparatos de policía y seguridad nacionales que, durante el panismo, sometieron su soberanía y se le tiene como un hombre proclive al uso de la procuración de justicia como ariete político para apoyar al amigo en turno y golpear al adversario de siempre. Dato extra a no perder de vista: la anterior Embajada de Medina Mora.

Por decir lo menos, resulta curioso que su nombre -entonces como posible candidato a ocupar un asiento en la Corte- cobró fuerza al regreso de la más reciente visita presidencial al vecino país del norte.

La candidatura de Medina Mora se fortaleció de vuelta de Estados Unidos, justo cuando, en llegandito, se cancelaron los megaproyectos con China. ¿Tuvo algo que ver esa visita con el giro con China y la inclusión de Medina Mora en la terna propuesta al Senado?

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Distintos, pero no incompatibles, ambos planos configuran una interrogante en relación con los motivos que animaron nombrar, pese al elevadísimo costo político, a un Embajador en la Corte y una certeza en relación con el efecto que provoca: frenar el ejercicio de reivindicar la autonomía y la independencia que exige el Poder Judicial, sobre todo, cuando en medio de la crisis nacional, a sus puertas tocan grandes asuntos nacionales en busca de solución inapelable.

Embajada difícil de entender, cuando el reclamo de amplios sectores de la sociedad es de justicia.

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Asombra el empeño presidencial puesto en la Embajada, sí, pero no menos la docilidad panista.

La complicidad albiazul en la operación de enviar un Embajador a la Corte a cambio de colocar uno propio en su oportunidad confirma el pacto del panismo con el Gobierno, así ya no se denomine Por México. Quedan migajas de aquel panismo que, al margen de su proyecto, entusiasmaba con su fuerza de convicción y reciedumbre. Migajas.

El panismo no haría mal en bajar el spot que remata diciendo "¡claro que podemos!". México no está contento, el PAN sí. Menuda paradoja: cuando el panismo pudo, no quiso; y ahora que quiere, se engolosina con migajas, canjes y moches.

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Si, en estos días difíciles, prevalece la tentación de imponer sin convencer y castigar a quienes resisten, es claro que lo peor está por venir. "Ora verán quién soy" suena como eco desde el fondo del abismo donde el País se encuentra. Increíble cavar más hondo, creyendo que así se puede salir.

SOBREAVISO / René Delgado

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