La libertad de expresión y los cómicos
Por Marc Carrillo, catedrático de Derecho Constitucional de
la Universidad Pompeu Fabra.
En una
sentencia de 1986, el caso Lingens, el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos recordaba que "la libertad de expresión constituye uno de
los fundamentos esenciales de la sociedad democrática, que (...) comprende no
sólo las informaciones consideradas como inofensivas o indiferentes, o que se
acojan favorablemente, sino también aquellas que puedan inquietar al Estado o a
una parte de la población, pues así resulta del pluralismo, la tolerancia y el
espíritu de apertura, sin los cuales no existe una sociedad democrática".
La libertad de expresión de la que hicieron un digno ejercicio los actores que
intervinieron en la ceremonia de entrega de los Premios Goya es posible que haya
inquietado a algunos poderes del Estado, pero ello no puede ser entendido más
que como una lógica consecuencia del ejercicio de un derecho fundamental por
parte de un conjunto de ciudadanos, que han tenido la oportunidad de aprovechar
la plataforma que ofrece una cadena pública de televisión para hacer llegar su
opinión a la sociedad. Una opinión acerca de temas candentes, como son el más
que probable estallido de una guerra preventiva en Irak decidida por EE UU, las
políticas públicas llevadas a cabo por el actual Gobierno acerca de la
catástrofe ecológica del buque Prestige, las
reestructuraciones laborales que dejan en el paro y la desesperanza a miles de
trabajadores... Y todo ello en el marco de una fiesta de entrega de premios a
películas en las que, en algunas de ellas, se abordan de forma lúcida y
brillante algunos de los temas que forman parte del universo de preocupaciones
e inquietudes de la ciudadanía. Es decir, en el marco de un cine hecho aquí,
que goza de la aceptación popular a pesar de la crisis sectorial que le afecta
frente a la permanente OPA hostil del cine norteamericano.
En este
contexto, el papel de los actores, es decir, la función que cumplen los
cómicos, como así los denominaba con exquisita sensibilidad e inteligencia
Fernando Fernán-Gómez en aquel inolvidable Viaje a ninguna parte, es
el de provocar a la sociedad, el de sacudirla, agitarla.., especialmente cuando
parece aletargada, para que desde la intangible libertad de cada uno, el
individuo y el propio cuerpo social puedan hacerse una idea más cabal sobre el
mundo que les rodea y la acción política que llevan a cabo sus legítimos
representantes en las instituciones públicas. Ésa era la finalidad que García
Lorca atribuía al teatro en su experiencia de La Barraca en los cortos y
fructíferos años republicanos y ésa es la función que los cómicos del cine
cumplieron la otra noche en Madrid. La de hacer uso legítimo de su condición de
profesionales del escenario público para expresarse ante un auditorio, al que
muchos de los medios de comunicación de titularidad pública le hurta una información
plural sobre los preparativos de una guerra que se avecina o sobre las
consecuencias de determinadas políticas económicas y las crisis laborales que
llegan a provocar.
La relación del
poder con los cómicos nunca ha sido pacífica. Y así ha de ser. Es verdad que
Mephistos ha habido muchos, y no sólo en la Alemania hitleriana, porque la
sombra del poder, como la del ciprés, es alargada, y es cierto que los sigue
habiendo en todas partes en función de la coyuntura. Por esta razón, que unos
actores se expresen en el escenario, se esté o no de acuerdo con ellos, sobre
los contenciosos sociales que pueden negar el pan y la sal a una parte de los
humanos, es un ejercicio de libertad y de salud democrática. En EE UU, cuando
Arthur Miller escribió su Panorama sobre el puente, la Muerte
de un viajante o Las brujas de Salem, lo
hacía en un contexto social y político nada proclive a la crítica, a pesar la
imperturbable vigencia de la Enmienda Primera a la Constitución de 1787. Sin
embargo, estas obras supusieron una denuncia y un compromiso que siguen siendo
un referente para los cómicos, con absoluta independencia de opciones estéticas
en el cine o en el teatro o en cualquier manifestación del arte. Un referente
que sin duda se encuentra en la espléndida y cruda película Los lunes
al sol, en Smoking room, en Hable con ella, en Lugares
comunes, en El efecto Iguazú y en tantas otras
imprescindibles.
Es cierto, la
libertad de expresión puede dar cobertura a las ideas más miserables del ser
humano, como es, por ejemplo, la no condena de un asesinato de ETA por parte la
cultura totalitaria del mundo de Batasuna. Pero, desde luego, la libertad de
expresión que permite manifestar la libertad ideológica es un elemento de
calidad democrática que los directores y actores de los Premios Goya ejercieron
con especial dignidad. Sobre todo cuando la política informativa de las cadenas
públicas de televisión responde más a criterios de oportunidad de la mayoría
política que gobierna en el Estado o en la comunidad autónoma que no al mandato
constitucional del pluralismo. Por ésta y muchas otras razones viene bien
recordar la jurisprudencia del maltratado Tribunal Constitucional cuando en su
STC 20/1990 (FJ 5ª) recordaba, incluso para amparar la crítica al Rey, que
"la libertad ideológica indisolublemente unida al pluralismo político
(...), exige la máxima amplitud en el ejercicio de aquélla y, naturalmente, no
sólo en lo coincidente con la Constitución y con el resto del ordenamiento
jurídico, sino también en lo que resulte contrapuesto a los valores y bienes
que en ellos se consagran". Si esto es así, que lo es, el viaje de los
cómicos iniciado la otra noche tiene un sentido claro: movilizar las
conciencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario