Todos los abogados saben que los fallos
justos son mucho más frecuentes que las motivaciones impecables, y así ocurre a
menudo que, después de una casación, por defectos de motivación, el juez de
instancia no puede en conciencia hacer otra cosa que reproducir, con mayor
fiabilidad, la parte dispositiva de la sentencia casada.
Esto ocurre porque a
veces, el juez, en quien las dotes morales son superiores a las intelectuales,
siente por intuición de qué parte está la razón, pero no consigue dar con los
medios dialécticos para demostrarlo.
Creo que la angustia más obsesionante para un
juez escrupuloso ha de ser precisamente ésta: sentir, sugerida por la
conciencia, cuál es la solución justa, y no conseguir encontrar los argumentos
para demostrarlo según la lógica. En este aspecto, es conveniente que el juez
tenga también, aun en un pequeño grado, algo de la habilidad del abogado;
porque al redactar la motivación, debe ser el defensor de la tesis ya fijada
por la conciencia.
No siempre sentencia bien motivada quiere
decir sentencia justa, ni viceversa. A veces, una motivación descuidada y breve
indica que el juez, al decidir, estaba tan convencido de la bondad de su
conclusión que consideró tiempo perdido el que se empleara en demostrar su
evidencia; como otras veces, una motivación difusa y muy esmerada, puede
revelar en el juez el deseo de disimular, ante sí mismo y ante los demás, a fuerza
de arabescos lógicos, la propia perplejidad.
No digo, como lo he oído muchas veces, que
sea nociva al juez la mucha inteligencia, dio que es juez óptimo en quien
prevalece sobre las dotes de inteligencia, la rápida intuición humana. El
sentido de la justicia, mediante el cual se aprecian los hechos y se siente
rápidamente de qué parte está la razón, es una virtud innata que no tiene nada
que ver con la técnica del Derecho, ocurre como en la música, respecto de la
cual la más alta inteligencia no sirve para suplir la falta de oído.
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