domingo, 23 de noviembre de 2014

Nuestra indolencia

Dos imágenes de estos días me han conmovido al extremo. Son imágenes opuestas pero ambas retratan a un mismo país, a una misma sociedad. Es el país de una sociedad indolente, autocontenida, con poca empatía con el dolor de otros y muy poco solidaria. También es el país de una élite, muy acomodada, en donde, en realidad, todo este dolor es "de los otros", no nos quita el sueño. No nos indigna lo suficiente.

La primera imagen es de esta jovencita, de no más de 20 años, que acudió el martes pasado a la Parroquia de San Gerardo, en Iguala, para llenar una ficha para ver si el ADN de alguno de los cadáveres recientemente encontrados en las fosas clandestinas de esa zona coincide con el de su marido, que desapareció hace dos años. La jovencita, explica ante las cámaras de televisión, lo ha buscado incesantemente todo este tiempo. Las autoridades no han hecho nada al respecto. La ventana de oportunidad se abrió cuando, buscando a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, encontraron a "estos otros", determinaron su ADN y, quizá, uno sea su marido. Junto a esta jovencita, había muchas otras personas en la Parroquia de San Gerardo en la misma situación: esperando que el ADN de alguno de los cadáveres encontrados sea el de su hijo o su esposo para poder, al menos, terminar la búsqueda y comenzar el duelo. ¿Por qué la tragedia de todas estas personas ha sido prácticamente invisible para el debate público y las agendas gubernamentales?

La segunda imagen tiene que ver con los dos testimonios de los actores materiales de la cremación de los que quizá sean los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Las imágenes se hicieron públicas durante la conferencia de prensa del procurador Jesús Murillo Karam el viernes pasado. Lo que más me impresiona de esos testimonios es que describen una escena de horror como si estuviesen hablando de un trabajo cotidiano, monótono, sin importancia. Los cadáveres, para ellos, eran casi como costales de papas que movían de un lado a otro. No se siente en el tono de su voz ningún remordimiento, vergüenza o, siquiera, enojo. Lo que hay es la extrema indolencia. ¿Qué tuvo que haber pasado en la biografía de esos jóvenes para terminar así de desconectados?

Ambas imágenes nos hablan de la característica de nuestro tiempo: la falta de empatía de unos con otros. Ello es muy fácil ver cuando se habla de los actores materiales de la cremación. Pero no así cuando hablamos de nuestra indolencia con los cientos de familias que buscan a un ser querido. Aunque no existe un dato oficial, el número, según fuentes periodísticas, ronda entre entre 20 y 25 mil desaparecidos de la administración anterior. La cifra se parece a lo ocurrido en Argentina o en Colombia pero en un lapso mucho más corto. No es un escándalo nacional. Las autoridades, la prensa, la televisión, la opinión pública prácticamente no hablan de ellos, ni de sus familias, ni del desastre de las procuradurías para siquiera abrir una averiguación. Hemos intentado poner todo este dolor debajo del tapete para imaginarnos que podemos llegar a ser un país moderno. Ayotzinapa, finalmente, empieza a sacar estos horrores con una fuerza que no había existido antes.

Tenemos una gran asignatura pendiente como país: volvernos a conectar unos con otros. No va a haber prosperidad y éxito económico sin ello. El impacto de la guerra de los buenos contra los malos del sexenio pasado terminó por demoler nuestro precario orden social. Para construir otro orden, necesitamos un proceso de reconciliación, como toda sociedad que vive una guerra.

¿Cómo entrarle a un reto de estas dimensiones? Yo entiendo que la administración se haya quedado pasmada. Le toca al presidente Enrique Peña Nieto nada más ni nada menos que liderar este complicado proceso de reconciliación y colocar las piezas para construir un orden distinto, mucho más igualitario y justo.

Ana Laura Magaloni Kerpel

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