domingo, 3 de marzo de 2013

Ética y derecho

Para tratar estos temas, comenzaré por contar una historia relacionada, desde luego, con los jueces. ¿Cómo deben ser los jueces? Existen, deben existir, diferencias sustanciales entre el abogado y el juez. El doctor Ceferino P. Merbilhaa, en conferencia pronunciada en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de La Plata, recordaba a un profesor que al repasar los exámenes, estudiaba secretamente las condiciones morales del alumno a través de sus rasgos somáticos, de sus gestos, de sus reacciones, de su ingenuidad o astucia, de su sinceridad o falsía reveladas en la conducta frente a la mesa. Y cuando el resultado de este examen era ampliamente satisfactorio, pero el conocimiento de la asignatura resultaba dudoso, solía aprobarlo con este juicio confidencial dirigido a sus colegas: —no importa; va a servir para juez—. El juicio no era en modo alguno peyorativo; al contrario, lo aprobaba por la excelsitud de sus condiciones morales que, según Bernard Shaw, son mil veces más raras que las otras.

Lo que buscaba era, sin duda, el fundamento de la moralidad de ese abogado que estaba a punto de ser aprobado. Eso es importante porque la ética no es otra cosa que la parte de la filosofía que trata de establecer el fundamento de la moralidad de los actos humanos, es decir, aquello de acuerdo con lo cual estos actos pueden ser calificados de buenos o de malos.
El prestigio de los jueces no es tan necesario como su formación científica y técnica, la pureza de sus intenciones y la honestidad de sus juicios. Los justiciables tienen que creerle “sabedor” y sin compromisos. Nunca será bastante el esfuerzo desplegado para el acrecentamiento de su ciencia y la mejor información sobre las leyes y la jurisprudencia. Pero igualmente nunca deberá cejar en ese escrupuloso y refinado estímulo tendiente a evitar que su imagen, como reflejada en el desconchado azogue de un añoso y deslucido espejo, pueda aparecer disforme o plagada de motas que la desfiguren. Esa independencia tan necesaria y tan exigida, valor y paradigma del comportamiento no es sólo producto de sabias e inflexibles previsiones orgánicas, sino aportación básica y personalísima de los miembros del Poder Judicial Federal, es decir, de jueces de distrito, magistrados de circuito y ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; además, hemos de contemplar aquí a los consejeros de la Judicatura Federal y magistrados del Tribunal Electoral Federal.
Así, debemos tener a los jueces mencionados, celosos de sus obras y de las estimaciones ciudadanas a que puedan ser acreedores.
Un antiguo abogado a quien gusto de consultar, me refiero a don Aulo Gelio Gulbenkian, me decía en cierta ocasión que hay sospechas que no pueden tolerarse. Ya sé que me dirán que están libres de toda acusación. En efecto. Están libres de toda acusación, pero no de toda sospecha. Muy al contrario, resultan ustedes sospechosos y hay sospechas que sólo pueden alcanzarnos cuando imprudentemente nos ponemos en la ocasión de que se produzcan. Hay frecuentaciones, tratos en que se recomiendan asuntos, actividades precipitadas, faltas ya que no a la moral, sino a la norma profesional, que no son admisibles. Si se ensombrece la fe en la imparcialidad de los jueces, padecerá gravemente la aureola de creencias sociales que son pilares del buen sostenimiento del Poder Judicial Federal, al que se le ha llamado el único de los tres poderes que dignifica al Estado Mexicano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario